Fue un clásico para olvidar, vergonzoso, más allá del
resultado, por lo que se vivió en las tribunas. Muchos lo llamaron fiesta, pero
la realidad muestra que un mal es un mal y no folclore.
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La verdadera fiesta en los partidos de fútbol debe provenir
del campo de juego. Los socios pagan una cuota, como los hinchas compran una
entrada para ir al estadio a ver a los jugadores, no a la hinchada. El
protagonismo del partido debe llegar desde la cancha. En la Bombonera cuando
se jugaba el segundo tiempo y los equipos igualaban 1-1, los hinchas Xeneizes
intentaron robarse el verdadero espectáculo, queriendo ser más importantes que
los jugadores.
En el minuto 30 del segundo tiempo, se pudo ver a la mayoría
de la gente en el estadio, ya sea en las populares, plateas y palcos, cantando
a la par de un grupo de idiotas que se encontraban colgados en los alambrados
con cargadas hacia River. La policía debió invadir el terreno de juego y el
partido se suspendió por diez minutos, el tiempo fue exacto, ni más ni menos,
como si los estúpidos del alambrado supieran cuanto debía durar ese show
ridículo.
Mucha gente cantó a la par de los desubicados, en vez de
callar y dejar en ridículo a quienes se robaron el clásico varios minutos,
parecían todos felices cuando gritaban junto a los barras, sin tomar conciencia
que le estaban provocando una mancha más a este hermoso deporte.
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No queda fuera de la crítica la gente de River, que
nuevamente volvió a cantar discriminando, con temas racistas. Lo que más duele
es ver mucho público que sigue las letras hasta quedarse afónico, sin importar
que sus familiares o amigos sean del club contra el que cantan. Hay que tener
un límite, se puede festejar sin despreciar a otros por ser diferentes o de otro
país. Y hay que tener cuidado con lo que se canta, “los vamos a matar” se
escuchaba desde la tribuna colorida de rojo y blanco, seguramente la mayoría de
la gente que lo canta tiene un control de sí mismo y sabe que es sólo una
canción, un momento de partido, donde se vive un fiesta y todo vale, hasta
decir eso. Pero lo que hay que tener en cuenta es que algunas personas con las
que se comparten las tribunas no tienen ese mismo límite y al decir “los vamos
a matar” lo pueden llegar a expresar enserio.
Además de producirse ese show de la hinchada de Boca, se
prendieron bengalas de humo, muy bien ubicadas en la bandeja que se encuentra
debajo de la 12, la barrabrava local. ¿La dirigencia habrá tenido algo que ver
con la organización de esa ridícula cargada? ¿Cómo ingresó la gente de Boca con
fuegos de artificio y banderas con mensajes hacia River? La policía y la
dirigencia habrán hecho nuevamente la vista gorda con los poderosos de las
hinchadas. La Bombonera, los hinchas locales y visitantes deben ser sancionados.
Boca sufrió el parate del juego esos diez minutos, ya que se
encontraba en su mejor momento y el partido se enfrió. Minutos antes que la
gente comience a quedar en ridículo, Pablo Ledesma se había retirado por un desgarro, sumando otro jugador lesionado a la lista de Boca.
Jugar la Copa Libertadores, el Torneo Final y la Copa Argentina muchos equipos
lo pagan caro. Parece que los simpatizantes nunca pensaron que parar el partido
no era sólo un tema de cargada a River, si no era un motivo de preocupación
para los médicos y el cuerpo técnico, tanto del local como del visitante.
Pero sería Boca quien sufriría aún más otra lesión.
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Pero eso no fue todo, cuando el partido se reanudó el
arquero de River se encontraba ubicado en el arco que da a la popular
visitante, o sea que con su gente detrás que estaba ubicada en la tercer
bandeja y las otras dos tribunas llenas de personas del Xeneize. Marcelo
Barovero fue víctima de la locura y maldad que se vive en la sociedad y se
refleja en el fútbol, cuando gran parte del público lleva violencia a los
estadios. Un fuego artificial (“tres tiros”) impactó entre sus piernas
cuando se estaba por ejecutar un córner. Una situación similar vivió Juan Carlos Olave, de Belgrano, en el Torneo Inicial 2012 por la
fecha 15, cuando jugando en cancha de Independiente desde la tribuna local cayó
una bomba de estruendo en el campo de juego e impactó muy cerca del arquero.
Saúl Laverni, el árbitro de ese partido suspendió el encuentro.
El réferi del clásico fue Germán Delfino, quien no estuvo a
la altura del partido. Además de que debió expulsar a varios jugadores, al
árbitro se le fue de las manos el encuentro. No tuvo autoridad para suspenderlo luego de la payasada de los hinchas y menos después que Barovero
corrió riesgo de ser lastimado. La decisión que tomó fue llamar a los capitanes
de cada equipo, Agustín Orión (Boca) y Cristian Ledesma (River) para decidir
junto a ellos si se continuaba jugando. El partido siguió.
Fue una locura que el mediocampista del conjunto Millonario
haya aceptado seguir en nombre de todos sus compañeros. Ya no importaba el resultado, si había corrido riesgo
la integridad física de Barovero, pero parece que para los capitanes fue más
importante terminar un partido que la salud de los jugadores. ¿No se piensa además del riesgo que se corre, como
puede quedar mentalmente un jugador luego de esas situaciones?
Los únicos que pueden torcer la historia de locuras y
violencias en las canchas son los jugadores. ¿Cuánto más tardarán en darse cuenta
que sus vidas son más importantes que la televisión, las publicidades, y los negocios de grandes
empresarios? Tienen que dejar el miedo de lado y decir “basta,
esto así no puede continuar”. Un ejemplo es el de Tigre, que luego de sufrir
amenazas en Brasil, el año pasado en el entretiempo de la final de la Copa
Sudamericana, no salió a disputar el segundo tiempo. Cada jugador se consideró
más importante que el negocio y el circo del fútbol. También se puede hacer
memoria y retroceder al 8 de octubre de 1933 cuando los jugadores de Gimnasia
La Plata protestaron contra el árbitro, tras ir perdiendo 3-1, y se sentaron en
el campo de juego, dejando que San Lorenzo convierta 4 goles más hasta la
suspensión del partido. Barovero no tendría que haber continuado atajando y sus
compañeros tendrían que haberse retirado del campo.
En el fútbol el dinero y los negocios parecen valer más que
una vida. La violencia parece que nadie quiere terminarla. Los pulmones en las tribunas, los operativos de seguridad, el maltrato al verdadero simpatizante y el buen trato a los barras cada vez
da más bronca y lástima en el fútbol argentino. Es hora de cambiar, comenzando por uno.
Muchos se quejan de los arreglos y negocios de partidos, de los violentos, los dirigentes y la reventa, entre otras cosas. Pero después esa gente desconforme paga una entrada para asistir al estadio. ¡Basta de
seguir en este juego, hay que frenarlo entre todos, hay que decir basta! Que el fútbol vuelva a ser una
fiesta. Que la hinchada vuelva a ser un decorado asombroso en las tribunas y el
espectáculo vuelva a ser de los jugadores.
Federico Panero
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